Una mente inquieta generalmente acompaña a un cuerpo sin raíces. Así viví hasta que entré en la treintena.
Sintiéndome de todas partes y de ninguna a la vez. Pero por causas que escapan a mi razonamiento científico, el Empordà me atrapó. Quién sabe si fue por la calidez de su luz o bien por las historias de sus villas y su gente, o también por la belleza de su costa, o tal vez por la riqueza de sus profundidades marinas … De hecho, cuando uno se enamora no lo hace por un solo motivo, ¿verdad?
Soy ampurdanesa de adopción, por amor y por decisión. Hace casi diez años que vivo y trabajo aquí y es el paraje que he escogido para formar mi familia. Siempre queremos lo mejor para nuestros hijos y para mí, el Empordà es el escenario perfecto donde ayudarles a crecer y convertirse en quien quieran llegar a ser.
Pero hay quien quiere desdibujar esta tierra que tanto amo, la tierra de mis hijos. Los mismos que venden la calidad de vida y los valores naturales y paisajísticos de la Costa Brava, la amenazan con un aluvión de planes urbanísticos insostenibles, innecesarios y obsoletos. ¿Quién puede entender que se quiera destruir la esencia que nos define?
Me entristece y me indigna pensar que puede llegar el momento en que tenga que explicar a mis hijos que el mundo que quería para ellos ha desaparecido bajo el cemento. Que el paisaje era mucho más verde y el aire más puro. Que podíamos escuchar los pájaros y sentir aromas de tomillo con una ligera brisa. Que el mar era azul y que aún había vida en sus profundidades.
El Empordà puede crecer, puede evolucionar, puede madurar, pero hacia un modelo más responsable, sostenible y respetuoso con el entorno. La belleza de esta tierra radica en un frágil y valioso equilibrio. Nadie dijo que vivir en un pequeño paraíso sería fácil. Hay que luchar para protegerlo. ¡Ojalá no fuera necesario! Quizás algún día …